por slow Jue 22 Nov 2012, 9:22 pm
El Camino del Norte.
Dia 2. Les Borges Blanques (LLe)-Berbegal (Hu).
Del mediterráneo al cantábrico.
Es triste el día que ha amanecido, son tristes los movimientos que he visto en esas personas que siempre llaman mi atención, los que ya están trabajando en su quehacer diario cuando te desperezas.
Espero que esa tristeza, primera imagen en mis semejantes sea lo extraño, lo extraordinario y que lo común sea la normalidad conocida, que todo fluya con aburrida normalidad.
La salida de la población estaba acompañada de la lluvia que en gotas moja mi montura cuando desaparecía por momentos, tenía la compañía de ayer: una niebla que no permitía al sol lucir en plenitud, esa luz algo fantasmagórica blanca extraña que parece enmudecer los sonidos me ha llevado a una sensación que tuve en otro viaje: la desesperación de los días tristes y oscuros en aquellos días de viento en los que la lucha no tan solo lo era contra el sol en su decaer final, contra esa sombra que proyectada contra el margen de la carretera o el camino se hacía cada vez más y más larga mientras llegaba a ninguna parte.
Juneda es el primero de los pueblos antes de la ciudad a la que se llega a traves de un poligono que tiene nombre de rio.
Tras la subida, la bajada, el llano que ha dado paso a las ondulaciones donde se asienta una ciudad, junto a ese río al que no hace tanto tiempo vi: El Segre.
Lleida en lo alto, en parte amurallada, tiene edificios que parecen alejarse del suelo mientras se acercan al cielo, la ciudad no parecía quererme acoger y la situación se ha hecho más extraña cuando pasas por el margen ajardinado y empedrado del río antes de cruzarlo; las piedras de las edificaciones históricas, recogidas entre ellas, parecen aguardar un invierno que no es presente y así, con esas sensaciones me he ido alejando lentamente mientras un nuevo horizonte se iba haciendo realidad ante mis ojos.
La ciudad de Lleida a los ojos del viajero parece presentarse de improviso en este mi Camino y de igual manera parece alejarse, el río que discurre perpendicular a mi recorrido no parece ser ajeno a esa impresión, a esa sensación que transmite la ciudad
Nuevamente en subida me acomodo en mi discurrir, se que no dejaré de subir en cientos de kilómetros por lo que tanteo los cambios, busco el desarrollo cómodo para no sufrir más de la cuenta antes de finalizar esta etapa del viaje, la que une dos mares, el mediterráneo con el cantábrico, de otra forma a como los une otras rutas conocidas o no conocidas.
Cercano a una nacional que es transitable y agradecida, sin tráfico y con arcenes, gracias a una de las pocas autovías que no es de pago en esa parte de España, el camino parece jugar con esa carretera que no terminas de perder de vista: ahora por su izquierda después por su derecha, pasas a uno y otro lado de la autovía, los coches y sus ruidos entretienen al viajero mientras los horizontes están marcados por la dureza y la lejanía.
La sucesión de pueblos parece algo artificial, la distancia entre ellos, su ubicación y su ordenación los hace parecer revueltos hacia su propio interior. La niebla, siempre presente en estas tierras, siempre difícil de despejar, es patente en el otoño crudo que demanda un saber esperar contenido.
Almacelles es un pueblo dormido junto al que paso sin hacer ruido, el traspaso de la comunidad autónoma cambia el día en el que un tímido sol ha ganado fuerza, por Binefar la carretera hace una inflexión.
Es Binefar esa población que sorprende sin proponérselo, quizás ello es debido al origen de su población que es increíblemente heterogénea, quizás lo sea por sus titiriteros o tal vez porque fue sede de la Corona de Aragón.
Mi camino parecía querer jugar con el Camino, pasaba por los ríos que atraviesa aquel, discurría por poblaciones en las que se detiene aquel, Binefar ha dado paso a una ciudad del Camino Catalán en su variante aragonesa: Monzón, situada junto a otro río que discurre paralelo al Segre y afluente del gran Ebro. El Cinca es el afluente más importante del Ebro al cual le da el impulso definitivo, el río me ha recibido con la sonrisa franca del que se sabe bello aún cuando en Monzón no presenta su mejor imagen.
Monzón es una ciudad templaría, en realidad su castillo es de origen árabe, hermanada con la ciudad de Barcelona, su pasado está ligado al Camino.
A Selgua ni lo he visto, el tiempo me quemaba la tarde me ha llevado al destino de hoy donde Berbegal ajena a todo allá en lo alto se ríe de mi y es que la subida a la población en la tarde presurosa de ser noche era una guinda algo difícil de digerir.
Quisiera- ver más allá de las palabras.
Quisiera- sentir como el café con leche matutino se posa en mi interior tras degustarlo desesperadamente.