Me levanto un poco antes de lo habitual ya que hoy me toca “trabajar” para compensar la relajación sobrevenida de la jornada de ayer. Cuando voy a recoger la bici del garaje en compañía del bicigrino soriano, el hospitalero nos cuenta una anécdota de esa misma mañana. Resulta que una peregrina alemana le había preguntado si en esta parte del camino había muchos animales salvajes. Y el hombre le contestó si se refería a los de dos o a los de cuatro patas………..
Tras el desayuno, el soriano se ofrece a acompañarme hasta Sarria porque sabe que voy sin cámaras de repuesto. Pues allá que nos vamos entre brumas y experimentando la peculiar orografía gallega. Ese sube y baja continuo que mina a partes iguales la fuerza y la moral. Y eso era sólo el principio.
Llegamos poco antes de las nueve a Sarria pero las tiendas no abren hasta la diez. Como dice el dicho no por madrugar amanece más temprano. Pues a esperar toca. Dentro del retraso hay que agradecer que el comerciante abriera quince minutos antes de lo previsto.
Al poco de salir de Sarria me topo con una cuesta que me toca hacer de empujing. Pues como sea todo igual…….. Ah!! Se me olvidaba. A partir de este punto compruebo por mí mismo que, efectivamente, el Camino se convierte en la “romería a Santiago”. Grupo de escolares, peregrinos sin mochilas, etc…
En el tramo hasta Portomarín hay más asfalto de lo que pensaba pero al menos no hay demasiado tráfico. Empiezo a hacerme una idea de lo que es una típica etapa gallega: sucesivas subidas y bajadas, atravesando pequeñas poblaciones con “aromas campestres” y esquivando boñigas de vaca.
Entre pueblo y pueblo pierdo contacto con el bicigrino soriano como consecuencia de dos incidencias. La primera es que había dejado conectado el móvil por si llamaban mis tres compañeros adelantados y cuando sonó resultó ser una operadora informándome de la enésima oferta de adsl………….Buff, quita, quita.
La segunda incidencia fue en Ferreiros. No me quedaba prácticamente agua y mientras sopesaba con la mano derecha el bidón para ver si llegaba con lo que quedaba a Portomarín la carretera comenzó a picar hacia abajo. Cuando levanté la vista estaba a punto de atropellar a dos peregrinos y no se me ocurrió mejor idea que utilizar la única mano disponible…………la izquierda.
Nada más tocar la maneta ya era consciente que me iba a dar el tercer galletón de mi viaje. Eso si. Estoy cogiendo una práctica en eso de saber caerme…………. La caida fue artística. Voltereta sobre mi hombre izquierdo y la burra plantada boca abajo, lo que me sirvió para comprobar la efectividad del sencillo sistema de anclaje de las alforjas. Ni se movieron. Acto seguido corrillo de peregrinos inquiriendo “are you ok?”. Y servidor, que sí, que “very well, manuel”. Así que me alejé lo más rápido posible huyendo de los testigos de la “performance”.
Poco después recibí llamada de Ismael, el guipuzcoano, que quería saber por donde andaba. Ellos habían parado a comer en Melide y cuando le comenté que estaba cerca de Portamarín le noté un tanto contrariado. Me da la impresión que tenía la esperanza de que los alcanzara. Le expliqué que contactar antes de Santiago era prácticamente imposible y que no se sintiera culpable ya que cada uno ha de ir a su ritmo. Y si todo iba bien, al día siguiente ya lo celebraríamos todos juntos.
Ya es cerca de la una cuando cruzo el puente del “presunto” embalse de Portomarín, y digo presunto por que lo que veo son cuatro charcos. ¿De verdad que estoy en Galicia?
Además, empieza a apretar el calor, así que me parece un buen lugar para comer. Me dirijo a la plaza del pueblo y paro en un bar que me había recomendado una lugareña ya que en él trabajaba su cuñado. Me siento en la terraza y me pido un bocadillo. Consigo identificar al camarero-cuñado gracias a la descripción física que me había dado la chica y cuando se lo comento no me dice ni “mú”. Pues me habré equivocado. A los cinco minutos vuelve con el bocata y entonces me dice con cara de poker: ¿Y dice que se lo ha dicho una chica rubia? Un diálogo con retardo del satélite. Será el carácter gallego……………
Mientras degusto la vianda se sientan en la mesa contigua cuatro ciclistas. Ni me saludan. Será que a estas alturas ya tengo pinta de vagabundo (barba de once días y ataviado en esos momentos sólo con la camiseta interior). Van bien equipados y las bicis no llevan alforjas, por lo que pienso que han salido de ruta. Lo bueno es cuando escucho comentarios del siguiente tenor: “el camino es muy duro”,“ha habido momentos que había tanta pendiente que no podía coger el bidón para beber” y la mejor de todas tras una llamada telefónica donde solicitaba a su interlocutor que buscara alojamiento en Melide: “no puedo alojarme en un albergue ya que si no duermo mis horas al día siguiente no rindo”. La confirmación la tengo cuando tras pagar sacan las credenciales para sellar. Supongo que deben de ser lo que en el foro denomináis “power riders”. No voy a dármelas de guardián de las esencias del camino pero lo cierto es que no los envidio.
El problema de ir a mi aire es que tengo tendencia a distraerme y acabo compartiendo mesa con un bicigrino gallego que había salido ese mismo día desde O Cebreiro. Así que lo que iba a ser una pequeña parada técnica para comer se convirtió en una charla de más de dos horas. Son más de las tres y media y todavía el sol da de lo lindo.
Antes de partir escucho, por primera vez, de boca un simpático matrimonio de la localidad la explicación del perfil de los próximos kilómetros. “Los primeros 700 metros o un kilómetro para arriba y luego, bah……… más o menos llano”.
Salgo mentalizado para ese primer kilómetro duro y viendo a lo lejos una curva pienso que allí ya se corona. Pues no. Después de esa curva se vuelve a empinar, y tras un pequeño descenso……..otra vez a subir. Pues es gracioso el “llano gallego”.
No es que el desnivel sea tremendo pero toca las narices. Además cada vez que intento colocar el plato mediano me quedo clavado así que, aun rodando por asfalto, voy a ritmo de molinillo (entre seis y diez por hora). Lo achaco al cansancio acumulado si bien al día siguiente encuentro una segunda explicación no incompatible con la primera (la zapata del freno trasero rozaba la llanta).
A la altura de Gonzar ya me había quedado sin agua y relleno los bidones en el albergue que hay junto a la carretera, donde me encuentro al jubilado madrileño que acompañé hasta Samos. Luego otro repechón hasta Castromaior, ligerada bajada hasta Hospital de la Cruz y obra subidita hasta Ventas de Narón, donde me noto el estómago vacío. Afortunadamente recuerdo que tenía guardadas dos barritas energéticas que devoro en un instante. Cuando llego a Ligonde miro el reloj y veo que he cubierto 16 kilómetros por carretera en dos horas. Desmoralizante. Me sigo “arrastrando” hasta Palas de Rei, población ésta que, sin que sirva de precedente, se atraviesa cuesta abajo.
A la salida de Palas me detengo en la cuneta para anudarme una de las zapatillas. Aprovecho para preguntarle a un paisano cuánto falta hasta Melide y si quedan muchas “cuestiñas”. Cuando me responde con el familiar ahora hay que subir un poco y después llano me pongo en lo peor. A cualquier cosa lo llaman llano…………
Así que a velocidad de tortuga llego a Melide a las siete y media pasadas. Cuando encuentro el albergue municipal paso a fichar con la hospitalera. Rectifico. Dejémoslo en “recepcionista”. Un “encanto” de mujer. No sé si es que está quemada con la muchachada que recala en esta parte final del camino o es un caso de “melancolía” gallega. Me pide el DNI y con el documento en la mano me pregunta la edad, con la gracia que me hace reconocer que acabo de cambiar de década. Le manifiesto mi disconformidad con la fecha de nacimiento que aparece en él con lo que consigo arrancarle una media sonrisa. Algo es algo.
La señora me atiende desde una ventanilla y me entrega una ticket con un número de pabellón y cama. Pues hala. Búscate la vida. Me parece que estoy haciendo una gestión ante la administración.
Siguiente pregunta a mi estimada “funcionaria”. ¿Dónde se guardan las bicis? Hay un aparca-bicis en un lateral del edificio. Fenomenal. En la puñetera calle al alcance de cualquier amigo de lo ajeno. Estoy demasiado cansado para buscar otro acomodo, así que confío en que los chorizos libren esta noche.
Cuando llego al pabellón de literas me recuerda el albergue de Burgos. Las instalaciones son nuevas pero es demasiado grande y poco acogedor. Le pregunto a un peregrino por el número de sala y cama, y se me acerca raudo un chaval que me comenta que esa cama la ha ocupado él para estar junto a su grupo y si no me importa ocupar alguna del pasillo contiguo. Lo cierto es que me lo pide de manera educada. Demasiado diría yo por que me trata de usted. Joer. La de abajo me recuerda la edad y ahora el peregrino de arriba me trata de señor mayor.
Al menos puedo elegir litera de planta baja. Echo un vistazo alrededor y la escena parece sacada de un capítulo de “Física o Química”. Chavales de instituto, parejitas compartiendo cama hablando de quién quiere más a quién, que por qué te has enfadado, que si la otra es sólo una amiga………….. En fin. Cochina envidia, ja,ja,ja….
Las duchas son modelo “gran hermano”. Mamparas estrechas, sin puertas y con amplios espejos para que desde el pasillo se vea todo. Confío en que ver a un “oso” duchándose no venda demasiado en el you tube.
Estoy cansado y “requemao”, así que tiendo la ropa a los pies de mi litera. Lo único que me apetece es descansar y beber algo. Le pregunto a mi querida “anfitriona” el horario de cierre, dando por sentado que es a las once (eso ponía mi guía) y me vuelve a dejar de piedra cuando me contesta que es a la diez. Miro el reloj. Las ocho y media. Pues fenomenal. Ahora toca cenar deprisa y corriendo. Al menos me informa de cómo ir al famoso Casa Ezequiel.
Pues a cenar pulpo, que es único estímulo que he tenido esta tarde durante mi particular calvario gallego, acompañado por una buena jarra de cerveza. Lástima que tuviera que engullir tan deprisa. Por cierto. Está delicioso. Mientras estaba en plena faena gastronómica veo un tipo que me mira con expresión de “esa cara me suena”. A mí al final también me suena. Es uno de los power rider de Portomarín. Pues sí. El “matao” ha hecho el mismo final de etapa, eso sí, echando un par de horas más.
A las nueve y media toca retirada. Llego al albergue, apuro un cigarrillo y al catre, que lo cojo con ganas. El día se me ha hecho muy largo tras casi siete horas encima de la burra, por lo que me quedo frito enseguida.