GALICIA
Efectivamente, el puerto empezaba más o menos a los dos o tres kilómetros desde Lubián, se trata de un puerto quizá un poco más corto que el anterior pero con algún tramo algo más pendiente. Ella lo subió, bajo mi punto de vista, todavía mejor que el anterior por si quedaba alguna duda. Pues en la cima ya estábamos en la provincia de Orense y, por lo tanto en Galicia.
Hasta la Gudiña fuimos por carretera disfrutando ya (o sufriendo, según se mire) de los sube y baja típicos de Galicia. Allí disfrutamos de una almuerzo sentados en un banco en la plaza donde se bifurcan el camino en las variantes de Verín y Laza y, después de consultar algún lugareño y viendo lo temprano que era para terminar la etapa nos decidimos por tirar por la sierra y parar a dormir 20 kilómetros más adelante, en Campobecerro donde lo hice el año pasado y me constaba que había pensión y albergue de la Xunta. ¿Quién dijo miedo?. ¡Que ilusos, no sabíamos lo que nos esperaba!
La subida desde la Gudiña a la sierra no resultó en demasía dura, como ya lo esperaba y lo conocía, pero a medida de que iban pasando los kilómetros de sierra y una curva detrás de otra con el mismo paisaje (bonito pero duro), ella se fue inusualmente agobiando y no por cansancio sino porque la montaña la envolvía y, de alguna manera la abrumaba. Como pude le fui dando ánimos hasta que llegamos a lo que creíamos que era nuestro destino del día y después de 70 duros kilómetros con sus puertos de montaña y altos incluidos. Decidí directamente desechar la opción del albergue porque está en la antigua estación del tren y hay que subir trescientos o cuatrocientos metros de fuerte pendiente por un camino de cabras, así que me fui directamente al bar donde está la pensión. Ella se quedó fuera esperando y yo entré a preguntar, me quedé de piedra cuando me dijeron que estaba completo y que el albergue estaba cerrado por obras, así que no había más opción que seguir hasta Laza otros 14 kilómetros de sierra. ¿Ahora quién sale y le explica esto a mi compañera? El del bar me dio la opción de hablar con el taxista y que él nos bajara a Laza.
Mientras el taxista terminaba de hablar por teléfono, salí a explicárselo a ella temiéndome el consiguiente cabreo, pero volvió a salir su verdadero carácter de luchadora y por todo comentario me miró con una sonrisa franca y me dijo, lo bueno es que sólo son las cuatro de la tarde ¿es para quererla o no?. Al poco salió el taxista y empezó a remolonear, que si las bicis no caben en el coche, que sacar el Land Rover no merece la pena, que total son 14 kilómetros la mayoría cuesta abajo… En fin, que no estaba por la labor de echarnos una mano o estaba esperando que le hiciéramos una buena oferta por sacar el Land Rover, así que no le pedimos más explicaciones agarramos las bicis y nos pusimos pedales a la obra, mejor dicho, la primera cuesta de salida del pueblo la hicimos tranquilamente andando.
Al principio tuvimos que superar varias subidas hasta que llegamos al punto en el que el camino se desvía a la derecha y toma una pista de tierra (cabe la posibilidad de seguir por carretera pero son cuatro kilómetros más). El problema es que más que una pista se trata de un cortafuegos con una considerable pendiente cuesta abajo y en no muy buenas condiciones, lo que originó que ella que no le gusta demasiado este tipo de experiencias bajara muy, muy despacito. Para colmo, a mitad de la bajada nos encontramos con un peregrino andando con el que paramos a charlar y nos dijo que posiblemente en Laza también tendríamos problemas de alojamiento, porque él tenía reservada una habitación en una pensión y le habían dicho que la cosa estaba difícil para encontrar alojamiento. Vaya panorama, porque lo siguiente era Alberguería con el puerto por medio.
Al poco, las cosas empezaron a arreglarse, primero porque el “cortafuegos” se terminó en una pequeña población donde nacía una carretera asfaltada que nos llevaría hasta Laza en un vertiginoso descenso. Bajando conocimos a José Miguel un bicigrino que venía solo desde Alicante, buen chaval con el que compartimos buenos ratos de charla a la postre. Después porque en Laza fuimos al albergue y no tuvimos problemas para alojarnos, de hecho compartimos habitación con José Miguel y unos cuantos bicigrinos que también venían del Levante, creo que de Valencia. Todos se quedaron estupefactos cuando les contamos que veníamos desde Sevilla y las etapas que llevábamos, creo que tampoco les cuadraba mucho que hiciéramos esto a nuestra edad y, muchos menos, que lo hiciera ella. Más de uno dijo que ni se le ocurría planteárselo a su pareja, tengo que confesar que me sentía envidiado y sobre todo muy orgulloso, vamos más ancho que largo.
El ambiente en el albergue era bastante bueno, había por primera vez en nuestro camino mayoría de españoles, una pareja de madre e hija Ucranianas, un austríaco, un alemán, una francesa y una joven oriental (no sé de qué país).
La única nota discordante es que el alemán, la francesa y la oriental se apropiaron de la cocina, de la única mesa que había y de los utensilios y no dejaban a nadie utilizarlos. Cuando nos fuimos al pueblo a comprar ya estaban iniciando la cena (vamos, comiendo), cuando volvimos allí que seguían y una hora más tarde también, hasta que no hubo más remedio que meterse en la cocina y hacerles ver que el resto también necesitábamos preparar nuestras cenas, primero las Ucranianas y el Austríaco, después nosotros. Pues todavía se molestaron pero no se fueron de la cocina, se limitaron a dejar que la usáramos los demás también, menos mal que había otra estancia con mesas donde pudimos comer el resto. Ellos siguieron ocupando la mesa de la cocina con malas caras y muy ofendidos por que les estábamos estresando. Eso sí, al día siguiente muy buenas sonrisitas y buenas caras acompañados de un “buen camino”, diplomacia a la europea. Aquí le llamamos al pan pan y a vino vino y a la mala educación por su nombre. El resto de los españoles se encontraron la cocina limpia y libre un poco más tarde.
En nuestra charla con José Miguel nos contó, entre otras cosas, que en sus anteriores viajes siempre se había parado delante del Santo en la Catedral y que le había pedido algunas cosas que siempre se le habían cumplido. Mi compañera tomó buena nota de ello y a buen seguro que se le ocurrieron algunas cosas para pedirle al santo. Estaba claro que el puerto que teníamos por delante tenía pérdida la batalla y por muy empinados que tuviera los repechos, no podrían detener a la Asturiana en busca de su objetivo, ahora había más motivos.
Al día siguiente empezamos con la única avería del camino, nos encontramos la rueda delantera de ella sin aire. Cambiamos la cámara en un santiamén e iniciamos el camino, fuimos los penúltimos en abandonar el albergue, detrás de nosotros salió José Miguel que nos adelantó al poco de iniciar el puerto, ya no le volvimos a ver, repito buen tipo. En el puerto de Alberguería es donde mi compañera me dejó anonadado del todo, yo la miraba y no encontraba en su respiración ni en su cara signos de fatiga, así que nada para adelante, un par de paraditas para recuperar resuello y mi espalda y chino chano el puerto superado. Que se prepare el Santo que ya no hay vuelta atrás.
Superado el puerto cafelito en el Rincón del Peregrino, fotos y concha conmemorativa de nuestro paso por el lugar. La siguiente parada fue en el albergue de Xunqueira de Ambía, precioso y bien cuidado albergue en el no nos quedamos porque era demasiado temprano. Dada la hora y que lo que quedaba era cuesta abajo, decidimos poner fin a la etapa del día en Orense, donde llegamos a las tres y media de la tarde después de comer en un bar a la entrada de la ciudad.
Antes, por el camino nos topamos con un tipo curioso, un paisano de mi compañera que llevábamos viéndolo a lo lejos en un camino recto por una zona del cultivos de patatas que hay saliendo de Xunqueira, al principios creíamos que era una ciclista a juzgar por lo que tardábamos en darle alcance, pero al acercarnos nos dimos cuenta de que iba andando, pero no veas que marcha llevaba. Al llegar a su altura le dijimos el buen camino de rigor y lo adelantamos, al rato nos paramos a comer algo y en un santiamén el tío ya nos había pillado otra vez, se paró a hablar un rato con nosotros y nos dijo que había salido de Alberguería y su meta del día era Orense, o sea cuarenta y tanto kilómetros de nada que a ese paso tampoco le durarían demasiado. En poco tiempo nos habló de los muchos caminos que había hecho y los que le quedaban por hacer, al preguntarle de qué parte de Asturias era nos dijo, con total contundencia que de la “Capital” de “Cangas de Onís” ¡anda que no era chuleta el chaval ni nada! ¡Pues claro que sí que para eso tienen allí a la “Santina” e iniciaron la reconquista! En todo caso no nos dijo si era la capital del Principado o del Consejo y con lo chuleta que era cualquiera le preguntaba.
Como el albergue de Orense no me había gustado mucho el año pasado, mientras comíamos elegimos un hotelito de una lista que llevábamos y como el precio nos convino, para allá que nos dirigimos. Buen hotel, buena habitación y buen precio.
Por la tarde, después de una buena siesta nos fuimos a las famosas termas del Miño. Resultó un poco odisea, porque por un par de minutos perdimos el trenecito que te lleva directo a las termas y por otro par de minutos perdimos el autobús urbano que también te lleva, total que como había que esperar dos y una hora para el próximo, decidimos tomar un taxi. Fuimos a la parada y nos dirigimos a tomar el primero de la fila, pero resultó que el que estaba el primero era el último en salir. La explicación que nos dio el taxista es que al estar la calle en cuesta, el primero es el que está abajo del todo en la cuesta, así no tienen que encender los motores para irse colocando. Me acordé del dicho ese que dice que con un gallego nunca sabes si sube o si baja, si entra o si sale.
Fuimos a las termas y nos bañamos, había que hacerlo para poder contarlo, después estuvimos esperando el autobús casi una hora con un fresquito que no veas y nosotros en maga corta. No éramos conscientes todavía de que el norte es el norte y la chaquetita no puede faltar por las tardes ni siquiera en Orense.
Por la noche buen pulpo, buena empanada y algo más y luego a la cama que el día ya estaba hecho y con creces.
No madrugamos mucho porque teníamos pensado hacer lo que nos quedaba en tres etapas cortitas, la de hoy sería de unos cuarenta kilómetros hasta Castro Dozón. Mi chica estaba otra vez un poco obsesionada con la famosa “A Costiña” a la salida de Orense y eso fruto a los muchos graciosos que le venían anunciando sus temidas rampas. ¿Qué mentirosos? A Costiña no tiene rampas sino sólo una, pero de dos o tres kilómetros. No le di opción a que se agobiara. Nada más cruzar la carretera echamos pié a tierra y “andandini” hasta arriba y con todas las paradas que hicieron falta, hasta de esa forma me pareció lo más duro del camino desde Sevilla, a ella también. Superada la famosa cuesta, seguimos hacía Cea alternando camino con carreterillas secundarias marcadas por el GPS por unos parajes típicamente gallegos bellísimos.
A Cea llegamos a la hora de comer y preguntamos a un vecino del pueblo dónde podíamos comer, pues en el único sitio es la Pulpería, nos dijo y para allí nos dirigimos. La verdad es que comimos muy bien, todo era comida casera y a buen precio, pero el camarero era más seco que el ojo de un tuerto. Correcto a más no poder, eso si, pero no le sacabas una sonrisa ni un gesto de complacencia ni a la de tres, ni cuando le dijimos lo bueno que estaba todo, a lo que nos contestó con un seco y lacónico, “gracias”. Resulta que al llegar al albergue de Castro Dozón, casi todos habíamos comido en el mismo sitio y todos nos fijamos en la gracia espontánea del camarero, lo que nos proporciono un buen rato de risas sanas.
Al poco rato de iniciar la comida llegó otro ciclista muy serio que pidió mesa para comer pero avisó que venía con otros dos más. Media hora más tarde seguía sólo en la mesa esperando a sus compañeros, nosotros pagamos, salimos y cuando estábamos cogiendo las bicis vimos a dos ciclistas que estaban buscando el bar, les indicamos donde estaba y que su compañero les estaba esperando dentro. Buenos, nos dijeron es que va a su bola y no le podemos ni queremos seguir ¿os hacemos una fotito a los dos? nos dijeron, claro, y así fue, enseguida nos dimos cuenta que nos caímos bien y que el grupo era particular. Luego nos fuimos viendo hasta Santiago donde coincidimos en el mismo Hostal.
Llegamos al albergue al tiempo que recibimos el primer chaparrón de lluvia de nuestro camino. El albergue no estaba nada bien (comparado con otros de la Xunta), pero no había más opción, entre otras cosas con la que estaba cayendo. Sólo quedaban dos camas libres y no en la misma litera en único dormitorio de los dos que estaba abierto. El hospitalero no estaba, por lo que decidimos esperar y plantearle que abriera el otro dormitorio porque venían tres ciclistas que nos habían dicho que pararían en el mismo albergue. Lo siento, nos dijo pero es que no puedo abrirlo hasta que no se llene completamente el otro o no se dé cabida a todos los peregrinos que hayan llegado que si no las de la limpieza me delatan y me cae la bronca ¿serán chivatas?. Pues nada, ocupamos las dos camas que quedaban y nos duchamos. Al poco llegaron los otros ciclistas, dos de ellos nos saludaron y charlamos un rato amigablemente con ellos, el otro no, y nos cambiamos al otro dormitorio, como nos había sugerido el hospitalero utilizando la versatilidad latina. Luego vendría un grupo de ciclistas portugueses que también se alojaron en nuestro dormitorio, por lo tanto la cosa quedó claramente delimitada por modalidad de movimiento, en el dormitorio uno los de a pié y en el dos los de en bici.
El albergue tenía cocina y un buen comedor, por lo que nos fuimos a hacer la compra para la cena al pueblo al abrigo del paraguas de tres euros que le había comprado a un negrito en Sevilla nada más bajarme del autobús del aeropuerto y que nos acompañó todo el camino en el fondo de la alforja para ser utilizado de nuevo, como no, en Galicia. La cena la hicimos compartiendo el comedor con dos parejas de peregrinos, creo que daneses, muy amables.
Por la mañana, bien descansados iniciamos la que iba a ser nuestra penúltima etapa pero que a la postre se convirtió en la última. El día se levantó amenazando lluvia y aunque uno de nuestros amigos ciclistas nos dijo que seguro que no llovería, antes de iniciar la marcha ya estaba lloviendo, pero paró enseguida. De común acuerdo decidimos que haríamos el camino por carretera y en la primera parada, creo que fue en Lalín, tomando un café y viendo la hora que era y los kilómetros que faltaban para Santiago decidimos llamar al hostal y ampliar la reserva una noche más. El resto de la etapa sin mucho más que contar, de vez en cuando un chaparrón que nos obligaba a parar y al filo del mediodía ya estábamos en Santiago para poner fin a nuestro viaje en bicicleta.
La llegada a Santiago por carretera la verdad es que no es muy bonita, pero la sensación cuando te ves en la Plaza del Obradoiro es igual de emocionante y satisfactoria que las anteriores, parece como si fuera la primera vez que llegas, siempre hay alguna sensación nueva.
Para mi lo mejor fue ver la cara de satisfacción y de felicidad de mi compañera. Ahora sí que ya estaba hecho y lo único que se me ocurrió fue darle un fuerte abrazo. No se me ocurre mejor forma de terminar una aventura como esta.
Por la tarde vimos a dos ciclistas que no podían ocultar que eran extranjeros y que superaban, al menos los 65 años. Llevaban bicicletas híbridas con un montón de equipaje, no me pude aguantar y les pregunté que de donde venían y me dijeron que de Maastrich (Holanda), esto es que habían hecho más de 2.600 km. ¡Para que luego presumamos nosotros de nuestra hazaña y a nuestra edad!, siempre hay alguien que te supera. Enhorabuena para ellos.
Al día siguiente, misa del peregrino, abrazos y pedimentos al santo, paseos por la ciudad y sobre todo recordar con gran satisfacción todas y cada una de las vivencias que nos habían deparado estas dos semanas de recorrido por los caminos y carreteras de nuestro querido país.
EPÍLOGO
Empecé a escribir este relato para ofrecerlo a todos lo que lo quisieran leer y con la única intención de contar una experiencia vivida, otra vez más, en el ejercicio de mi gran afición, la de recorrer caminos con mi bicicleta. Pero cuando lo he acabado y leído me he dado cuenta de que este relato expresa mucho más que una experiencia porque pone de manifiesto además profundos sentimientos y el convencimiento de que juntos no hay nada que no podamos superar.
Su destino y destinataria, esta vez, están muy definidos, por eso éste relato no me pertenece y le he pedido a su dueña permiso para hacerlo público y ella me lo ha dado.
Última edición por Abuelomateo el Jue 31 Mayo 2012, 12:17 pm, editado 1 vez