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El Norte de Catilla (04.04.10)
Tomás, el hospitalero de Manjarín, regenta uno de los albergues más curiosos del Camino
Ya está. Llegaste. Más vale que hayas reservado megas en la tarjeta, que no metieras anoche la cámara en las tripas de tu mochila. Más vale que haya alguien cerca para inmortalizar el momento. Más te vale, porque, amigo peregrino, acabas de entrar en el tramo más famoso del Camino de Santiago en Castilla y León. Este puñado de kilómetros, este palmo de tierra en el Monte Irago es carne de fotografía. La Cruz de Ferro. Clic. Los cientos de mensajes en piedra a sus pies. Clic. Las flechas con las direcciones desde el albergue de Manjarín. Requeteclic. Ya está. Llegaste. Puedes sacar tu fotografía.
Hay miles de peregrinos que lo hacen desde 1998. Sonrisa satisfecha del caminante que se para delante de un indicador que marca a México y otro que apunta a Jerusalén. De una flecha que señala Santiago y otra que mira hacia Roma. «Nunca pensé que este rincón se iba a hacer tan famoso», reconoce Tomás Martínez de Paz, el hospitalero templario del refugio de Manjarín. Suya fue la idea, hace doce años, de marcar con flechas los principales sitios de peregrinación del mundo. Primero, Santiago. Después, Roma y Jerusalén. Con el tiempo se han añadido otras señales. «La de México me la envió un peregrino de ese país», recuerda Tomás, quien ya está pensando en dejar sitio para dos letreros más, el del valle del Silencio (aquí al lado, a tiro de piedra) y el de La Meca. «A ver si me decido y los coloco de una vez», afirma uno de los hospitaleros más auténticos y conocidos del Camino de Santiago.
Tomás Rodríguez de Paz, el hospitalero templario.
Echemos un vistazo por el retrovisor, a aquel año 1986 en el que la vida «se me desmontó por completo». Tomás, natural de Murias de Rechivaldo, trabajó durante 35 años en Madrid. Su última nómina fue la que recibió por su trabajo en el Carrefour (perdón, entonces era Pryca) de Majadahonda. Allí era jefe de sección. Vale. Y allí fue cuando, en ese año 1986, decidió hacer el Camino de Santiago. Pasó por su pueblo de nacimiento, atravesó un lugar abandonado llamado Manjarín al que no prestó entonces demasiada atención y paró a dormir en Ponferrada. De allí no pasó. Se quedó prendado de la historia del Temple y de los templarios que ya le había quitado horas de sueño en Madrid, con los libros que cogía prestados de la biblioteca de la Liga Comunista Revolucionaria. Era el 15 de agosto de 1986 cuando, en Ponferrada, escuchó «a las doce de la noche un canto gregoriano que salía de las paredes del castillo templario». Fue suficiente, dice, para desentrañar su futuro. Adiós a Madrid, hola Ponferrada.
El peregrino zamorano
Allí en El Bierzo alimentó su pasión templaria mientras daba de comer a su cuenta corriente con trabajos variados. Fue pastor de 500 cabras hasta que la fiebre de malta -«que es peor que la gripe»- lo retiró.
Avancemos al año 1992. Tomás todavía no ha terminado el Camino de Santiago (afirma que tardó 17 años en llegar a Compostela, «así que no entiendo a esos peregrinos que corren tanto»- cuando comienza a echar una mano como hospitalero a Jato, en Villafranca del Bierzo. Allí permaneció varios meses hasta que en mayo de 1993, un mes atípico en el que la nieve todavía teñía de blanco los Montes de León, llegó un peregrino zamorano. «Nos contó que unos días atrás a punto estuvo de darse la vuelta, incapaz de seguir por la nieve y sin vistas de llegar a parte alguna», explica Tomás. «Yo le pregunté que dónde le había ocurrido eso».
Y la respuesta, ya lo intuyes, fue Manjarín.
Y hasta allí que se subió Tomás con la intención de recuperar el pueblo (abandonado, deshabitado hasta que llegó él) y crear, con ocho mil pesetas, un refugio para peregrinos en el que, asegura, ya han dormido 55.000 personas. «De los peregrinos que tenían pensado hacer aquí noche se han quedado todos. De los turistas, alguno se ha ido», reconoce.
Es que, hay que decirlo todo, no es fácil pernoctar en Manjarín. Y Tomás es consciente de ello. Éste es un albergue especial. No hay duchas. Ni agua caliente, «aunque ya estamos trabajando para tenerla gracias a placas solares». Hasta hace unos años tampoco tenía luz, pero ahora un generador permite encender pequeñas bombillas en unas instalaciones con estufa, chimenea y un inconfundible espíritu y aroma templario, tanto en los libros que componen la biblioteca, como en el altar que ocupa una esquina del refugio y donde convive la imagen de una Virgen de Fátima (que les regaló un peregrino de Setúbal) con un Santo Grial, un arcángel de la paz, un candelabro, incensario y una botella con agua de Jerusalén. Y todo ello, con las armas y espadas de la orden del Temple que son la base de la oración que, tres veces al día, pronuncia Tomás en su refugio. Puedes asistir. Debes hacerlo. Y tomar fotografías. Sin miedo. No serás el primero. Y tampoco el último. Estás, disfrútalo, en la etapa más fotografiada del Camino. Clic.
http://www.nortecastilla.es/v/20100404/castilla-leon/pryca-jacobeo-templario-20100404.html
Tomás, el hospitalero de Manjarín, regenta uno de los albergues más curiosos del Camino
Ya está. Llegaste. Más vale que hayas reservado megas en la tarjeta, que no metieras anoche la cámara en las tripas de tu mochila. Más vale que haya alguien cerca para inmortalizar el momento. Más te vale, porque, amigo peregrino, acabas de entrar en el tramo más famoso del Camino de Santiago en Castilla y León. Este puñado de kilómetros, este palmo de tierra en el Monte Irago es carne de fotografía. La Cruz de Ferro. Clic. Los cientos de mensajes en piedra a sus pies. Clic. Las flechas con las direcciones desde el albergue de Manjarín. Requeteclic. Ya está. Llegaste. Puedes sacar tu fotografía.
Hay miles de peregrinos que lo hacen desde 1998. Sonrisa satisfecha del caminante que se para delante de un indicador que marca a México y otro que apunta a Jerusalén. De una flecha que señala Santiago y otra que mira hacia Roma. «Nunca pensé que este rincón se iba a hacer tan famoso», reconoce Tomás Martínez de Paz, el hospitalero templario del refugio de Manjarín. Suya fue la idea, hace doce años, de marcar con flechas los principales sitios de peregrinación del mundo. Primero, Santiago. Después, Roma y Jerusalén. Con el tiempo se han añadido otras señales. «La de México me la envió un peregrino de ese país», recuerda Tomás, quien ya está pensando en dejar sitio para dos letreros más, el del valle del Silencio (aquí al lado, a tiro de piedra) y el de La Meca. «A ver si me decido y los coloco de una vez», afirma uno de los hospitaleros más auténticos y conocidos del Camino de Santiago.
Tomás Rodríguez de Paz, el hospitalero templario.
Echemos un vistazo por el retrovisor, a aquel año 1986 en el que la vida «se me desmontó por completo». Tomás, natural de Murias de Rechivaldo, trabajó durante 35 años en Madrid. Su última nómina fue la que recibió por su trabajo en el Carrefour (perdón, entonces era Pryca) de Majadahonda. Allí era jefe de sección. Vale. Y allí fue cuando, en ese año 1986, decidió hacer el Camino de Santiago. Pasó por su pueblo de nacimiento, atravesó un lugar abandonado llamado Manjarín al que no prestó entonces demasiada atención y paró a dormir en Ponferrada. De allí no pasó. Se quedó prendado de la historia del Temple y de los templarios que ya le había quitado horas de sueño en Madrid, con los libros que cogía prestados de la biblioteca de la Liga Comunista Revolucionaria. Era el 15 de agosto de 1986 cuando, en Ponferrada, escuchó «a las doce de la noche un canto gregoriano que salía de las paredes del castillo templario». Fue suficiente, dice, para desentrañar su futuro. Adiós a Madrid, hola Ponferrada.
El peregrino zamorano
Allí en El Bierzo alimentó su pasión templaria mientras daba de comer a su cuenta corriente con trabajos variados. Fue pastor de 500 cabras hasta que la fiebre de malta -«que es peor que la gripe»- lo retiró.
Avancemos al año 1992. Tomás todavía no ha terminado el Camino de Santiago (afirma que tardó 17 años en llegar a Compostela, «así que no entiendo a esos peregrinos que corren tanto»- cuando comienza a echar una mano como hospitalero a Jato, en Villafranca del Bierzo. Allí permaneció varios meses hasta que en mayo de 1993, un mes atípico en el que la nieve todavía teñía de blanco los Montes de León, llegó un peregrino zamorano. «Nos contó que unos días atrás a punto estuvo de darse la vuelta, incapaz de seguir por la nieve y sin vistas de llegar a parte alguna», explica Tomás. «Yo le pregunté que dónde le había ocurrido eso».
Y la respuesta, ya lo intuyes, fue Manjarín.
Y hasta allí que se subió Tomás con la intención de recuperar el pueblo (abandonado, deshabitado hasta que llegó él) y crear, con ocho mil pesetas, un refugio para peregrinos en el que, asegura, ya han dormido 55.000 personas. «De los peregrinos que tenían pensado hacer aquí noche se han quedado todos. De los turistas, alguno se ha ido», reconoce.
Es que, hay que decirlo todo, no es fácil pernoctar en Manjarín. Y Tomás es consciente de ello. Éste es un albergue especial. No hay duchas. Ni agua caliente, «aunque ya estamos trabajando para tenerla gracias a placas solares». Hasta hace unos años tampoco tenía luz, pero ahora un generador permite encender pequeñas bombillas en unas instalaciones con estufa, chimenea y un inconfundible espíritu y aroma templario, tanto en los libros que componen la biblioteca, como en el altar que ocupa una esquina del refugio y donde convive la imagen de una Virgen de Fátima (que les regaló un peregrino de Setúbal) con un Santo Grial, un arcángel de la paz, un candelabro, incensario y una botella con agua de Jerusalén. Y todo ello, con las armas y espadas de la orden del Temple que son la base de la oración que, tres veces al día, pronuncia Tomás en su refugio. Puedes asistir. Debes hacerlo. Y tomar fotografías. Sin miedo. No serás el primero. Y tampoco el último. Estás, disfrútalo, en la etapa más fotografiada del Camino. Clic.
http://www.nortecastilla.es/v/20100404/castilla-leon/pryca-jacobeo-templario-20100404.html
