Os voy a hacer un resumen visual muy comprimido de lo que allí vivimos, con fragmentos ordenados unos cronológicamente, y otros por similitud. Cada uno hace un camino diferente, porque al itinerario hay que añadir las vivencias, los hallazgos, las percepciones, el siempre presente esfuerzo, y el contenido que te van aportando los lugares y las gentes en los que te paras y con quienes coincides. Aun siguiendo los mismos pasos o yendo de la mano, al final, tan vasta extensión acaba por dar dos vivencias distintas de lo que es la peregrinación a Santiago. Es más, puedes recorrerlo sin haberlo hecho, si solo te ciñes al trayecto.
No es necesario ser religioso para sentir esto. Solo hay que partir, y llegar.
Nosotros partimos finalmente de Roncesvalles, en el Pirineo Navarro. Es un inicio típico del camino Francés. Allí estaríamos la tarde del 30 de Junio unas 400personas, muchas de las cuales habían salido días antes de suelo francés. Incluso conocimos a quien había empezado en Alemania… Bicicletas, habría unas 15 ese día, de las que volvimos a ver 4 ó 5 más.
El 80% de la gente eran extranjeros. El grueso de los españoles que llegan a Santiago parece preferir puntos más cercanos para empezar la marcha. Nos sorprendió el número de coreanos, pues ha habido una gran expansión del cristianismo en ese país, y para ellos es como para los musulmanes ir a la Meca, al parecer. Eran gente muy risueña, solían ir en grupos pero también vimos a alguno que parecía un oso hibernando. Muchos alemanes, algunos franceses e italianos… etc.
Había gente que iba a hacerlo entero y otros que lo harían a cachos, gente preparada y gente sin ninguna experiencia en lo que debe ser el calzado, la mochila, etc, que el primer día andaba ya cojeando. A medida que te vas acercando a Santiago veías más personas cansadas, de tanto caminar, mezcladas con otros que hacían un camino más “light”, partiendo de puntos cercanos, pero que resultaban estar en gran número tan abatidos como los primeros por la falta de entrenamiento. De hecho, hay una cosa que no me gustó de los albergues municipales, sobre todo de Galicia: Favorecen al caminante sobre el ciclista al asignar plaza, o simplemente no están preparados para guardar las bicis, pero no distinguen entre alguien que ha caminado o rodado 2 ó 3 horas y alguien que lo ha hecho durante 6 ó 7. Un punto a revisar. Pues favorece que haya “turistas”, que no peregrinos, que den un paseo de 10 o 15 kilómetros, se pongan en la cola del albergue antes de su apertura para “dormir barato”, y dejen el resto del día para conocer una localidad concreta. Que se pierda una plaza de alguien que sí va haciendo el camino, pues…
También había quien le echaba morro e iba en bus, taxi, o los más cómodos que iban sin mochila, y la mandaban al albergue reservando así plaza en él. Pero bueno, cada cual con sus posibilidades…
Por último mención especial al ambiente de los albergues de peregrinos. El “continente”, podía ser de tres tipos: Municipales, privados “laicos” y religiosos. Los primeros solían ser los más baratos y grandes, así como los menos estrictos con horarios y demás. Pero el contenido, tanto a nivel de hospitaleros como de peregrinos, los podían hacer especiales. Una noche, por ejemplo, en el de Santa María de Carrión de Los Condes, tuvimos una cena memorable. Cada peregrino aportaba “algo” al grupo de los que allí cenaríamos, y luego se compartiría entre todos, pero de una forma organizada por las monjas, no improvisada. Así, un francés hizo una Rataui impresionante, un italiano una pasta a la Boloñesa riquísima, otros pusimos los entremeses… y así hasta unas 50 personas. Hasta los más escépticos acabaron sumados a la mesa aunque ello les supusiese cenar dos veces.
En el del Pilar de Rabanal, vivimos la hospitalidad y el magnífico ambiente que da de sí saber llevar este tipo de establecimientos, sintiéndonos casi familia de los dueños.
Y así cada noche, a la par que los grupos de peregrinos se iban diversificando, en un ritmo que te hacía encontrar en el destino, sin necesidad de quedar una y otra vez, a los mismos y a nuevos, hasta el final.
En nuestro caso coincidimos dos con una forma física muy similar, con deseos de captar parecidas cosas del camino, y ello ha posibilitado que la convivencia y el discurrir de los días hayan sido fantásticos. Solo en la penúltima etapa, marcamos metas distintas que nos separaron: Adolfo aceleró para llegar a Finisterre, ya que tenía más días, y yo ralenticé la marcha para recrearme en Galicia. 12 jornadas, que podéis disfrutar con las siguientes fotos. Y que iremos recordando si el tema da de sí… porque caminos, hay infinitos.