Sólo quiro compartir mi sensación. Sólo he hecho el Camino tres veces; hay muchos que lo habéis hecho muchas más veces y tendréis muchas más impresiones pero bueno, yo os cuento.
La primera vez fui con mi novia y llegué a Santiago de mala hostia. Me dolían los piés y estaba hasta los huevos de andar. Pensé... menos mal. Sin embargo lo emotivo vino después, cuando regresaba a casa y sentía que necesitaba volver a intentarlo, a dejarme impregnar por el Camino.
La seguna vez que fui llegué a Santiago y me fui a toda pastilla; iba con un amigo y apenas estuvimos allí; no sentí nada especial. Igualmente, cuando regresé pensé que tenía que hacer el Camino pero de verdad porque hasta el momento lo único que había hecho era patearme Galicia.
Así que me fui a Alemania con mi bici e hice mi Camino solo. Llegué a Santiago 33 días después. Y me entraron ganas de llorar porque esa plaza era el final de la mejor experiencia de mi vida. No sentí nada por llegar sino porque se acababa. Sé que no cambiaría por nada del mundo ni un sólo segundo de cada uno de esos días, solo, fatigado y con mis miedos en invierno atravesando Europa y completamente novato en esto del ciclismo. Ni uno solo. Para mí el Camino es eso precisamente, El Camino. Es lo que me emociona, lo que me hace temblar los sentimientos. Llegar a Santiago es algo distinto. Luego el cambio, la reflexión, ocurre dentro de uno, posteriormente, creo.
Este año volveré en agosto pero sé que lo que me motiva es hacer el Camino, no llegar a Santiago. Que es muy emotivo... sí, vale, pero el Camino en sí para mí es además mágico, provocador, es algo que cambia a las personas.
En fin, sólo quería comentarlo. Quizás a alguien le ha ocurrido algo similar.
¡Un abrazo bicigrinos!