por Isabel y Paco Lun 27 Sep 2010, 2:29 am
Ahora que el cuerpo descansa, que las piernas no duelen, que cicatrizan las heridas y que las emociones buscan su acomodo final es el momento de mirar atrás y reflexionar.
Llegar hasta el día cuatro de septiembre no fue fácil y tampoco fue fácil llegar a Santiago. Si conseguir una mínima forma física ya fue un reto importante, el haber llegado hasta el final de la aventura ha sido algo indescriptible.
Cuando inicié mi Camino no tenía ninguna pretensión especial, no buscaba nada que moviese las bases donde se sustenta mi vida ni valores nuevos a los que asirme, sólo era una ventana nueva desde donde asomarme y descubrir nuevos paisajes, conocer otras culturas y compartir mis momentos con los momentos de otros y sobre todo con los de Francisco Manuel (Paco para todos)
Salir de Extremadura me hizo sentir como nunca antes la fuerza del arraigamiento de la tierra donde he nacido, me he criado y vivo ... Abandonar los límites conocidos de los paisajes, la rutina de las gentes, el diferente pasar de las horas y los rojos atardeceres sobre el Guadiana supuso conocer esa morriña de la que hablan en las tierras hacia donde me dirigía. Como dijo el poeta senti que "Extremadura es para mi, el mundo" y valoré mucho más lo que existe dentro de ella.
Si hay un momento especial, éste fue en la ruidosa, festiva y animosa Salamanca. Entrar en su catedral fue como una especie de renacimiento que deshacía todo lo acontecido en los días anteriores, fue como despertar a un tiempo nuevo donde las emociones primeras, las dificultades, los miedos y los dolores quedaban abandonados en algún rincón del Camino. Fue en su puerta, entre los siempre acogedores y cariñosos brazos de Francisco Manuel donde comprendí por primera vez que el Camino te da tanto como te quita y que te engaña sin que te des cuenta de su juego hasta que no eres más que un juguete roto que tienes que recomponer pieza a pieza. Cuando tomas conciencia de su poder te ha convertido en una amalgama de dudas, dolores, risas, lágrimas y esperanzas. En Salamanca empecé un nuevo Camino
El paso por las tierras castellanas fue una constante busqueda de sus famosas llanuras. En el valle del Rio Tera encontramos un agradecido descanso que después tuvimos que amortizar con elevados intereses físicos y emocionales.
Tras el encantamiento del Valle, Zamora se despidió con la pesadilla de tener que subir dos puertos de montaña, Padornelo y A Canda (con más de 1.200 metros de altitud cada uno). Son unas defensas naturales infranqueables sobre todo para los débiles de espíritu.
Al salir del tunel de A Canda ya estábamos en tierras gallegas y enseguida entendimos que Galicia tiene el poder de abrumarte y protegerte, pero que a su vez te quiebra y hace contigo lo que quiere. Hasta el más fuerte queda vencido por lo cruel de una naturaleza que disfrazada de mágicos bosques y cristalinas aguas, embelesa sin pudor a los ingenuos peregrinos para más tarde hacerles pagar un alto tributo físico o mental. No te regala nada.
La subida a Alberguería te deshace, te lleva a los límites, te queda sin fuerzas ni defensas. Fue el tramo más duro con diferencia. Si bien subí empujando la bici unos dos kilómetros de los siete que tiene, no fue la distancia lo que me superó sino la impotencia de verme casi vencida por un terreno que invitaba renunciar en cada curva insistentemente, ayudado de un sofocante bochorno que aturdía las ideas para no dejar poder de reacción. Fue el único lugar en el que lloré por culpa del agotamiento y el esfuerzo.
Cuando llegamos a Santiago no entramos directamente al Obradoiro sino a la puerta del Perdón. Me sentí un poco desubicada porque no era lo esperado pero no voy a negar que me emocioné aunque no rompí a llorar como quizás pude imaginar desde casa, simplemente sentí una especie de vacio tanto interior como exterior, sin dolor, sin frio y sin calor, sin tristeza y sin alegria, podría describirlo como un estado de neutra serenidad.
En medio del bullicio, sentada en las escaleras, comprendí que no importa el lugar al que te dirijas sino la persona quien te acompaña en el trayecto y con quien llegas de la mano al final. Como a cámara rápida pasaron por mi mente tantos momentos vividos durante estos catorce días en los que Francisco Manuel ha estado en todo momento pendiente de mi, de que no me faltara agua, de que las etapas no se alargaran más de lo estrictamente necesario, de que el descanso fuera el suficiente, de que llevara el piñón adecuado en la bici, de todo. Sin su ayuda hubiera sido mucho más complicado. Si existen ángeles en el Camino, él ha sido el mío. Fue contemplar nuestra vida hecha metáfora y resumida en dos semanas en las que como siempre, hemos estado sincronizados a la perfección, intercambiando los papeles según necesitáramos apoyo uno u otro. La Vía de la Plata ha sido testigo de nuestro 24 aniversario de bodas y nos ha demostrado que juntos somos invencibles.
Esta aventura ha sido dura, muy dura fisicamente, hasta el punto de no pensar y quizás por ello no he encontrado el misticismo del que muchos hablan, ni siquiera me he llenado de una espiritualidad diferente, ni tampoco soy una mujer distinta.. pero me he reafirmado en el concepto de vida que siempre he defendido y en mis más intimas convicciones.
Quizás estoy un poco decepcionada porque no hemos encontrado la hospitalidad que se le presume a toda la ruta y con ello no me refiero a nada material sino a una actitud afectuosa o comprensiva con el peregrino. Alguna que otra vez hasta nos hicieron sentir incómodos por una simple pregunta. Hemos coincidido en los albergues con demasiados extranjeros, por lo que mantener una conversación era imposible y los que van andando suelen ser un poco esquivos con los que vamos en bicicleta. Aún así hemos encontrado a gente maravillosa como todos los que estuvimos en el Albergue de Fuenterrobles o el Señor Manolo en el albergue de Tábara o Joaquin y dos chicos zamoramos con los quienes coincidimos en Rionegro y Puebla de Sanabria y que no puedo dejar de mencionar.
He sacado en claro que por mucha información que tengas, por mucho que leas sobre las experiencias de unos y otros, al final es el Camino quien te pone en tu sitio porque dependiendo del estado físico de una persona la percepción de la dureza cambia y por supuesto aumenta o disminuye el esfuerzo. Ningún Camino es igual ni parecido al de otros.
Para terminar:
Mi Via de la Plata quiero dedicársela a Francisco Manuel, porque forma mi mundo y no hay nadie más importante. Es quien me sustenta en malos momentos, quien me escucha, quien me acompaña, quien me hace ser, quien me completa. Es MI TODO.
Cariño, gracias por todo lo que me das, por tu paciencia, por tu complicidad, por tu amor, por ser como eres ... No cambies nunca ... TE QUIERO
Otros Caminos, otras rutas, nos esperan.
GRACIAS A TODOS LOS QUE NOS HABÉIS APOYADO, LEIDO Y AYUDADO.
http://badagrinos.blogspot.com/2010/09/la-reflexion-de-isabel.html
Un saludo
Isabel